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Por David – Papabaloo

Con kilómetros de menos, con algún kilo de más, y con la dosis justa de realidad y ganas de volver a correr el maratón

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Y con las ideas claras.

Como me dijo mi entrenador “no has hecho muchos kilómetros, pero tampoco es ir a pelo. Ya tienes cierta experiencia en maratón, así que no habrá problema, sabes de sobra a lo que vas. Hay que ir así alguna vez. No se puede ir a por marca personal en cada maratón. Eso es imposible y genera frustración”.

Que todo esto yo ya lo sabía, pero oye, viene bien que te lo recuerden de vez en cuando.

Así que en eso quedé con él. Iba a ir a este maratón a disfrutarlo, haciéndolo lo mejor posible pero si salían 3:30, bien, y si eran 3:40, pues también.

La primera satisfacción del día fue al levantarme (a las 5:38, sigo con mis manías, que no supersticiones) y comprobar que el tiempo nos daba una tregua. Después de una semana de perros, incluso una noche horrible de viento y lluvia, vi que en el cielo había nubes, pero no llovía, el viento apenas soplaba y la temperatura era fresquita/agradable.

Quedo con unos amigos para ir hasta Samil. Nos lleva Santi, que no va a correr por lesión pero no quiere perderse el espectáculo, Manolo, que correrá la media pero aprovecha y viene con nosotros, y Miguel, al que conocí precisamente preparando no sé qué maratón hace ya algunos años.

Llegada a Samil noche cerrada, café para despertar el cuerpo, foto con los compañeros del CARMA (el mejor equipo del mundo, que no se me olvide decirlo), 48 nécoras preparadas para hacer unos cuantos kilómetros y celebrarlo en Bayona. (35 en maratón y 13 en medio maratón)

Salí a un ritmo reservón (como corresponde a un maratón) y tranquilo (como corresponde a este maratón), teniendo como referencia visual el globo de 3:30. Desde el principio le veo marchar, poco a poco. No importa, no es mi objetivo. Y si luego puedo alcanzarle, que lo dudo, bien, y si no, sigo a lo mío. Y si lo veo difícil me dejo caer hasta el globo de 3:45 y ya está, que además lo lleva mi amigo y compañero Lamas.

La primera mitad de la carrera discurre con tranquilidad. Buen ambiente de maratón. Cuando a la altura de Panxón, en el kilómetro 13, damos la vuelta para volver hacia Samil, me fijo en los globos de 3:30 y 3:45, y estoy justo entre los dos. Bueno, pues así está bien, me planteo continuar con estos ritmos.

Entrando en Samil pasamos el medio maratón. Lo hago en 1:46:20. La experiencia me dice que si todo sigue así, y teniendo en cuenta el perfil de la prueba, cruzaré la meta en 3:40 aproximadamente.

La vuelta en Samil, el giro de 180 grados en la Avenida Europa (del que a día de hoy hablamos todos los que corrimos) resulta mágico. Amigos, familiares de corredores, corredores de la media, un montón de gente animando y transmitiéndonos su fuerza y su apoyo.

Me animo mucho, aunque no me dejo llevar por la emoción, que queda mucho.

Anécdota de este tramo. Al pasar por un avituallamiento, alguien dice: “mira, el padre de los Boleas”. Me río. Está claro que mis hijos están haciendo más historia que yo en esto del atletismo. Me gusta, me río, me emociono.

Ahí vivo una vez más la parte “dulce” del maratón. El ritmo es bueno, estoy animado, el cuerpo aguanta y todo es positivo. Peeeeero. Nos conocemos, sabemos lo que hay, sabemos lo que queda.

La llegada a la bajada hacia Playa América se me hace eterna. El viento sopla de repente en un par de ocasiones, la cabeza empieza a funcionar por donde no debe. El cuerpo empieza a pesar y sé que me va a tocar sufrir, que la parte “dulce” se ha terminado y toca concentrarse e ir pasando pequeñas etapas. En el kilómetro 30 me tocaba tomar un gel, pero me cuesta hasta pensar en sacarlo del bolsillo. Paso.

El Trigal

Playa América, sopla el viento, pero estoy llegando al 35, el kilómetro en el que me digo “ya está David, a aguantar, el maratón ya está hecho”. Que sé que es mentira, que aún queda, pero siempre me lo digo.

Al entrar en Monte Lourido adelanto a mi amigo Abraham, debutante en la distancia. En los cruces le había visto muy bien y fresco con el globo de 3:30. La doy ánimos y sigo. Yo me veo justito, si no quizás habría enganchado con él, pero no me veo. Hasta me cuesta sacar un gel del bolsillo (tanto que renuncié a tomar nada hasta la meta).

Decido dejar de mirar el crono. Tiro lo que pueda y ya está, y cuando llegue a la meta ya veré qué tal lo he hecho.

Monte Lourido, adoquines, cuestas, gaiteiros (ahí me permito gritar un poco). Me duelen los cuádriceps en esa última bajada. Aprieto los dientes, giro, viento, y hacia A Ramallosa.

A partir de aquí esta carrera tiene un especial significado para mí, porque recuerdo y rememoro esos veranos en el camping de Sabarís, y esos paseos hasta Bayona, aunque los hacía de una manera un poco menos “sufridora” y hasta parecía que eran más cortos.

Y el final… ¿qué puedo decir? Gente animando, yo diciendo en voz alta “una más”, meta a la vista, últimos metros, desde el público oigo mi nombre (gracias Óscar y Almu), “una más” repito. Mi dedicatoria de siempre en el kilómetro 42, y por supuesto en esos 195 metros finales, mi mujer, mis chicos, Gloria, Yago, Pablo y Óscar.

Entro en meta, no levanto los brazos como otras veces, paro el crono

3:39:21.

Estoy muy contento, aunque a lo mejor no lo parece.

Anécdota 1 del momento: Delante de mí, una chica con la que he compartido algún tramo de carrera se da la vuelta, me sonríe, me saluda, y al acercarse a mi le arreo un par de besos de felicitación. Justo después, me doy cuenta de que a quien saludaba era a otro corredor que venía justo detrás de mí.

Anécdota 2 del momento: Mi compañero Sanmikel se acerca a felicitarme y me ofrece un trago de cerveza. Jajajajaja, creo que ha sido la primera cerveza de mi vida que he rechazado.

Recojo mi bolsa de avituallamiento, y cuando me dirijo a por la medalla y al guardarropa me paro, me cubro la cara con las manos y me echo a llorar. Un ratito, unos segundos. Aún no sé si fue por la emoción de acabar otro maratón (van 16), porque no tenía tan claro hacerlo bien, o simplemente porque el maratón me altera.

Y después lo de siempre. Saludar compañeros, compartir hazañas, y sobre todo empezar a pensar en el próximo maratón.

 

PS: Anécdota post carrera. Unos días después, haciendo un pequeño rodaje suave para, como dice mi amigo Pancho, comprobar que todo está en su sitio, me cruzo en mi zona de entrenamiento con Elías Domínguez Cabral, vencedor de la prueba con 2:35:03.

¡Y FUE ÉL EL QUE ME FELICITÓ!

Mundo loco éste de los maratonianos